AUTOR | José Antonio López Guerrero. Director del grupo de NeuroVirología. Universidad Autónoma de Madrid.
Solo contemplando como un todo parámetros como el control de especies salvajes, el comercio, el transporte, la invasión de nuevos terrenos naturales o el cambio climático, podemos intentar que pandemias como la que estamos viviendo no vuelvan a producirse
Todos hemos oído hablar del “efecto mariposa”, una cadena de consecuencias planetaria que, en ocasiones, comienza con un hecho puntual, aparentemente insignificante. Menos conocido es, sin embargo, el “efecto holístico” por el cual, solo combatiendo, en su conjunto, los desequilibrios antropomórficos infligidos a la naturaleza, seremos capaces de prever, predecir y, llegado el caso, combatir acciones tan puntuales, pero tan luctuosas como la actual pandemia mundial por el virus de la COVID-19.
¿Por qué se producen estas pandemias? ¿Qué factores humanos y ambientales convergen en una transmisión zoonótica viral a nuestra especie? Las emergencias –y reemergencias- virales no son plagas divinas, no son acciones estocásticas sobrevenidas y, por ello, inevitables. ¿Señales? ¿Hemos tenido señales que nos hayan podido advertir de la que se avecinaba? Desde luego que sí, mucha y muchas.
Aunque no con las consecuencias que estamos sufriendo, desde 2002-2003 se han sucedido una serie de conatos pandémicos más que preocupantes: El SARS-1, diez veces más letal que el actual SARS-CoV-2; el MERS de Oriente Medio, donde sigue activo con una mortalidad del 35%; la gripe H1N1, también conocida como gripe A del 2009 que, afortunadamente, se adaptó rápidamente a nuestra especie hasta convertirse en el virus estacional que sufrimos todos los años –y que provoca varios cientos de miles de muertes, directa o indirectamente, en todo el mundo cada año-. Tampoco debemos olvidarnos del ébola, que amenazó con salir de su entorno natural, el África Subsahariana. Además, otros focos puntuales zoonóticos se han producido, especialmente en China, donde la convivencia entre humanos y animales de corral –aves- es muy estrecho. Aquí tenemos a la gripe aviaria, la temible H5N1, con cerca de un 30% de mortalidad. Sería una verdadera catástrofe que se adaptara a transmitirse entre humanos con dicha virulencia. Estuvimos un año preocupados y luego… nos olvidamos, como cada vez que se alejaba el peligro, abandonando financiación y proyectos de terapias y vacunas en el cajón del laboratorio. Aquí tenemos un aspecto importante en este mensaje de tratamiento holístico sobre la naturaleza, en su conjunto, para preservar nuestra propia existencia y bienestar: mantenernos prudentemente alejados del contacto estrecho con animales, bien sean animales de corral como, y esto es mucho más grave por su doble vertiente de daño ecológico y medioambiental, animales salvajes. La comercialización, algo común y “alegal” en países como China, de todo tipo de animal salvaje sin los menores controles sanitarios, animales que en su mayor parte han llegado a los mercados de forma ilegal a través de tráfico salvaje de animales salvajes, son y seguirán siendo un laboratorio natural donde virus que viven en equilibrio y macerando mutaciones y diversas variantes entrarán, finalmente, en contacto con otra especie muy golosa; una especie con más de 7000 millones de víctimas potenciales distribuidas por todos los ecosistemas: el Homo sapiens –lo de sapiens, claro está ha sido una condición autoimpuesta. Seguramente no piense igual el conjunto de la biodiversidad terrestre-.
Otras variables que habría que considerar como un “todo” para prevenir futuras situaciones comprometidas para nuestra supervivencia, serían: la invasión de ecosistemas naturales, donde patógenos diversos viven en equilibrio con fauna autóctona hasta que el Hombre entra en contacto con ella y se convierte en una denominada “Especie de culo de saco”, especie víctima de la mayor virulencia de los nuevos, para nosotros, patógenos. El comercio, el turismo, nuestra capacidad de atravesar el Globo en poco menos de 20 horas nos convierte en vectores de transmisión de patógenos idóneos. Finalmente, pero ni mucho menos baladí, tenemos el Cambio Climático, con un claro componente, como decía anteriormente, antropomorfo, es decir, de origen y consecuencia humana. Todos estos factores de ámbito global son, por ello, responsables de la aparición de nuevos patógenos –emergencia- y la reaparición de otros en zonas distintas o en áreas de donde ya fueron eliminados –reemergencia-.
Somos, en definitiva, responsables de nuestro destino como especie situada en la punta de la pirámide evolutiva –o eso nos creemos-. Solo contemplando todos estos parámetros –control de especies salvajes, comercio, transporte, invasión de nuevos terrenos naturales, cambio climático- como un todo, podremos ofrecer ciertas garantías –que no certezas absolutas- de que pandemias tan lacerantes como la que estamos viviendo no volverán a producirse. Por supuesto, el urgente aumento de la inversión pública en investigación –I+D+i- y en sanidad será crucial para que, si a pesar de todo, no podemos evitar una futura ola zoonótica, al menos no nos pille con el pie cambiado.